Ideas para la adaptación del cambio climático en las costas de nuestro país

Predecir el futuro, lo que sabemos, es casi un acto de fe. Pero en materias como el cambio climático, la ciencia puede darnos una mano. Ante la inminencia de temperaturas más altas, precipitaciones menores y un aumento de la demanda de agua, se avizora una crisis hídrica que solo puede ir ir en aumento en la región. En las costas también se esperan amenazas, como el aumento del nivel del mar, las marejadas y fenómenos poco conocidos, como los meteotsunamis  y las mareas meteorológicas, que se suman a la mala práctica de construir sobre playas y humedales que pierden flexibilidad en la medida que la artrosis urbana estrangula.

¿Y qué nos dice la ciencia?

Que el combate al cambio climático puede ser efectuar estrategias de mitigación, que buscan reducir las emisiones y aumentar la captura de gases invernadero, o medidas de adaptación que se orientan a la reducción de la vulnerabilidad de los sistemas costeros. Desgraciadamente, los pocos ejemplos de adaptación implementados en Holanda, Estados Unidos o Singapur no son aplicables en Chile, debido a la diferencia en PIB y una esa ubicación geografía de la que habla Benjamín Subercaseaux. Nuestras costas tienen la peculiaridad de experimentar cambios fulminantes del terreno durante los terremotos, es una asolada de cuando en vez por tsunamis y tienen uno de los clímax de oleaje más intensos del planeta, lo que hace que las soluciones existentes en costas menos energías no sean eficientes en Chile.

Pero  aun así, debemos tomar medidas de adaptación que, en un concierto de incertidumbre, pueden modificar en la medida que el clima se haga más severo. Avance en ello es importante en un país donde hay 477 asentamientos ubicados en las 102 comunas costeras e insulares; comunas que deben tomar decisiones sobre la gestión de la zona costera. Y es especialmente importante en una región donde en torno a 102.000 personas viven en los primeros 10 metros sobre el nivel del mar.

En el mundo de la ingeniería se habla hoy de términos como la infraestructura verde basada en el uso de vegetación; la cafetería de infraestructura, cuya base está en el uso de arenas, o la infraestructura azul, utilizando cuerpos de agua para disipar la energía del mar. Normalmente, estas soluciones requieren de mucho espacio y son eficientes en ambientes con limas de oleaje más benévolos que este a ratos imitables océano Pacífico. A ellas se suma la infraestructura gis, cuyos materiales principales son el hormigón y los áridos, y que es efectiva en ambientes altamente energéticos y con rangos de marea considerables como los que vemos en nuestras costas. El desafío es, por ende, incluir conceptos de infraestructura verde e ingeniería blanda en las zonas de expansión urbana, de modo de incluir conceptos como la conectividad biológica y la  multfuncionalidad  que son limitados en las costas urbanas.

Dentro de las soluciones destacan la alimentación de playas con arenas disponibles en depósitos marinos o aquellas atrapadas en los embalses de regadío o centrales hidroeléctricas, la definición  de cuotas de extracción de arenas de cauces como el Aconcagua, la conservación o restauración de dunas, desembocaduras y humedales como los ubicados al norte de Concón ola mejora en los sistemas de drenaje en zonas inundadas como la Av. Perú. La alimentación artificial de playas ha sido una solución utilizada en más de 1.500 proyectos en países del primer hundo. En Chile esta técnica no se ha utilizado una gran escala y solo en playas de tamaño menor en Arica, Tocopilla, Antofagasta y Las Tacas. Existe experiencia, pero aún así es incipiente.

Otro punto es la conservación de los campos de algas pardas que cumplen con el rol de estabilizar la costa, gracias a su capacidad de disipar energía y retener sedimento. Penosamente, su extracción ilegal o indiscriminada ha crecido exponencialmente, generando la pérdida de playas y edificaciones en lugares como el Papagayo, en Quintero, efectos que se trata de resolver en su momento con infraestructura tradicional.

Existen también estrategias encaminadas a adaptarse al eventual retroceso de la línea de costa, que se basan en promover la compra de terrenos costeros con multas de conservación, evitar la construcción de infraestructura en zonas vulnerables y el uso de instrumentos de planificación territorial (IPT), la eventual relocalización de edificaciones mal emplazadas -como ocurrió en España a comienzos de siglo- y la protección de humedales, playas, desembocaduras y campos  dunares. La promulgación de la Ley 21.202 que busca proteger los humedales urbanos, es un avance en esa línea que, debiera extenderse a los humedales que se encuentran fuera de los radios urbanos. Los ministerios competentes también han avanzado en aviones de infraestructura y guías para incorporar el cambio climático en los  IPTs,pero estos son esfuerzos hasta ahora centralizados. Y dado que la adaptación es esencialmente local, hay mucho trecho que recorrer en bajar esos conceptos a la práctica.

La mejor opción para un territorio debe elegir ponderando los beneficios económicos y culturales, las implicaciones ecológicas y los costos financieros de cada alternativa, considerando las condiciones locales y el marco legal. En un país donde el clima marítimo es agresivo, es probable que se dedique a soluciones mixtas que combinen las propiedades resistentes de la infraestructura gris con la naturalidad sean las adecuadas. Está en nuestra comunidad resolver el dilema.

Fuente: El Mercurio de Valparaíso

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